Almería

De Alemania a Almería y a Sierra Morena

  • La colonización a través del mar de alemanes de paso por Almería hacia tierras andaluzas en el siglo XVIII

Paquebot español de 1772

Paquebot español de 1772 / D.A.

Un día de octubre de 1767 surca el Mediterráneo un paquebot zarpado del puerto francés de Sette que lleva a bordo colonos que no dejan de mirar la costa para ver si es cierta la pintura que la contrata le ha hecho de la tierra española, de un verde esperanza que por horas se va tornando en un gris ocre que arrecia por Murcia y ya es piedra pura a la vista de Almería. En cubierta, sin dejar de mirar la ciudad bajo la Alcazaba, cercada de murallas, un angustiado Otto le dice a su mujer, en ese alemán que por sentimental resulta tan fácil de comprender,

-Greta: ¿habremos hecho bien?

Y ella calla y se muerde el labio inferior mientras aprieta sobre el pecho a su bebé…

Es una familia de las muchas reclutadas en Alemania por el coronel aventurero, dudoso conde consorte, Johann Kaspar von Thürriegel, para la repoblación decretada en 5 de julio de 1767 por Carlos III, para poner en cultivo y seguridad la ptierra en la que se dan la mano Jaén, Córdoba y Sevilla, en la más importante colonización inerme de España, con seis mil alemanes, flamencos, italianos, austriacos y suizos, católicos todos como Dios manda, bajo un fuero redactado por Campomanes, con el apoyo del conde de Aranda, fiscal uno y presidente el otro, del Consejo de Castilla, y la colaboración del futuro intendente Olavide y de las contratas del citado militar, los hermanos Thibal y José Antonio Yaud.

Pero no voy a hacer la historia de la repoblación, que en eso ya andan otros, sino que me voy a quedar con Almería, con el acceso, que no es cosa baladí la puerta en ninguna casa que se precie. Nuestra ciudad, como Málaga y Sanlúcar, se ve convertida en caja de recepción, la más importante, y por la que accederá la mayor parte de los colonos. En la playa, que hace de puerto, ante el coronel Lorenzo de Tabares, gobernador político y militar de Almería y comisionado de la caja, desfilan unos colonos que a falta de convento de Jesuitas expulsados, su alojamiento ha de hacerse en casas de unos particulares que aunque reciben el alivio del dinerillo real por el hospedaje, creen a los colonos gente maligna, creando una mala convivencia que obliga a estos a deambular más de la cuenta por una Almería que, aún siendo puerto de mar, no tiene hecha la boca al extranjero y menos al alemán, cuyo colectivo solo censa uno, que además es de piedra: el escudo del emperador Carlos V viviendo en la torre mayor de la Alcazaba. Todo son caras torcidas, desde la del obispo Sanz y Torres, que ofrece de mala gana el Hospital, a la de los vecinos al verlos pasear por las calles, con tanto pelo rubio y ojos azules, ofreciendo una imagen que a nosotros se nos hubiera antojado la “invasión” del turista de hoy, llegada a golpe de crucero.

Anverso y reverso de la medalla de la repoblación Anverso y reverso de la medalla de la repoblación

Anverso y reverso de la medalla de la repoblación / D.A.

Lo prometido por el rey a cada colono: treinta fanegas de tierra, aperos y animales, puso los dientes largos al pobreterio europeo, desatando una picaresca que queda de manifiesto el 17 de diciembre de 1767 con la llegada a Almería de la tartana francesa "San Luis" con 162 colonos, de los cuales sólo fue posible admitir 89, desechándose el resto porque no eran alemanes ni flamencos, sino saboyanos que se habían colado: “verdaderos mendigos" vestidos de andrajos que no portan equipaje alguno, enfermos, envejecidos y hasta enanos como el matrimonio Borcerano Llodchafat, y su hijo, así como unos que son tartamudos y otros que parecen tontos,.. taras que no quiere ver Campomanes y las obvia para detenerse tan sólo en que “la infelicidad del traje sólo acusa la miseria de su país”, para acabar ordenando por carta de 12 de enero de 1768, que se admitan a todos...y allá que tuvieron que ir a por los excluídos que andaban ya de vuelta en el puerto de Sette.

El 20 de enero de 1768 arriba a nuestro puerto el navío inglés “Poli”, al que siguen otros que en quince días aportan 1.694 colonos entre los que la vista, agudísima para el defecto, del gobernador de Almería, detecta veinte ineptos de cuerpo  y quince de alma, por protestantes… que ven marchar a los aptos a sus destinos de Sierra Morena, hasta que en 11 de septiembre de 1768 sale de Almería la primera expedición a La Parrilla a donde llega el 24, tras un penoso recorrido de 45 leguas en trece jornadas: Gádor, Nacimiento, Fiñana, La Calahorra, Guadix, Darro, Iznalloz, Benalúa, Alcalá, Priego, Cabra, La Rambla y La Parrilla. Itinerario este alterado en noviembre, con la reducción de jornadas y el consiguiente aumento de horas que en invierno hará que lleguen muy tarde a los pueblos, imposibilitando la atención a unas expediciones, con muchos niños y mujeres preñadas.

Y así entramos en 1769, en que crece la intriga de José Antonio Yaud el contratista suizo del cantón de Uri que ha traído a muchos compatriotas, los últimos en marzo con la sorpresa de no tener tierra donde ubicarlos, por lo que pone el grito en el cielo y la lengua en la crítica feroz de las colonias. Y así están las cosas, hasta que en 24 junio de 1769 recibe La Parrilla el último de los 2.270 colonos procedentes de Almería que fueron fundadores de La Carlota. No tarda en aparecer la decepción y muchos colonos deshacen la ruta, quedando aquí los acomodados en cuerpo, en alma y en apellidos: y los Schoffer, Claude, Schüpp, Gammel, Bayer, Stropeel…, ya españoles, se convierten en Chofle, Clat, Chup, Cama, Payer, Estropel

Al no estar la vuelta lo mismo de documentada que la venida… nada sabremos de lo que volvió a Almería de aquellos pobladores. Por si sirve de algún consuelo, les contaré que a los doscientos años de aquel hecho conocí en Almería a don Glicerio Kaiser: sobre su apellido, tenía aún mucho de germano en su estructura física, y aún en la mental, y había preparado notaría con método, disciplina y éxito encerrado en su casa colonial de sus ancestros alemanes en Arquillos. Él ¿y por qué no? podría ser el retataranieto de aquel colono venido en 1767. De Alemania a Almería y a Sierra Morena, después de haber oído la voz de un rey: ¡Otto, vente pa España!

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios