Vaya por delante una convicción que buena parte de la izquierda no termina de entender: para garantizar la igualdad de oportunidades, es imprescindible evaluar los resultados, no solo los procesos. Un buen proceso tiene que dar lugar a un buen resultado.

El diagnóstico se considera esencial en medicina. Sin diagnóstico, no hay tratamiento. Ahora bien, ese diagnóstico ha de hacerse con toda la rigurosidad que nos ofrece la ciencia, con los mejores instrumentos disponibles. Trasladado a educación, equivaldría a utilizar herramientas diversas, basadas en distintos tipos de conocimiento y en su puesta en acción. Aunque lo memorístico tenga su importancia, habría que añadir la expresión, la resolución de problemas, la cooperación, la crítica y otro buen puñado de habilidades, capacidades, competencias, saberes básicos… llámese como se quiera.

Con acertado criterio, la reciente LOMLOE (como hacían también la LOE y la LOGSE) habla de que el examen no puede ser la única ni la principal herramienta de evaluación. Se dice que las situaciones de aprendizaje han de ser variadas, cercanas a la realidad, contextualizadas… Y de que lo importante son los saberes básicos, basados en competencias. Traducido al lenguaje común (menos farragoso que el pedagógico): lo importante no son tanto los conocimientos en sí, como «lo que sabemos hacer» con esos conocimientos. Se nos dice que todas las competencias son igual de importantes (matemática, lingüística, autonomía, artística o digital, entre otras). Se gastan millones de euros (no exagero) en cursos de formación, se pone a trabajar a miles de docentes (tampoco exagero) para cambiar las programaciones, la inspección se dedica a «perseguir» a quien solo evalúa con exámenes (su obligación es hacer cumplir la ley, recordemos)… Horas, días, meses, años dedicados a transformar la educación, porque todos sabemos que si no cambia la manera en que entendemos la evaluación, no cambia nada. ¿Y qué hace la Consejería para diagnosticar el estado de la educación? Tres exámenes: uno de matemáticas, otro de lengua castellana y otro de inglés. La mayor risa (amarga) vendrá cuando nos digan que son «exámenes competenciales» (obsérvese el oxímoron). Un ruego, a quien corresponda: cambien su discurso o cambien sus propias prácticas, pero no jueguen con el trabajo, el tiempo y los recursos, que son limitados y pertenecen a toda la ciudadanía.

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