La cuarta pared

La grandeza de lo pequeño

La arquitectura cotidiana no solo ofrece un refugio físico, sino que también actúa como un catalizador para las interacciones humanas

Vivimos en una realidad en la que la grandeza a menudo se mide en metros cuadrados y alturas vertiginosas. Pero esto no siempre es así. Existe una belleza única en la arquitectura que abraza lo modesto, lo simple, lo que forma parte de nuestra vida diaria.

En las ciudades grandes y bulliciosas, a veces en rincones escondidos nos topamos con alguna agradable sorpresa. Un apartado banco en la esquina de algún parque, una pequeña cafetería de barrio, o una librería modesta que no destaca ni por su tamaño ni por tener un grandioso escaparate sino por su capacidad para tejer historias. La arquitectura cotidiana no solo ofrece un refugio físico, sino que también actúa como un catalizador para las interacciones humanas.

Esta semana pasada, deambulando por las calles del centro de Madrid, me topé con uno de esos espacios. Al comienzo de la calle de Hortaleza, casi desembocando en la Gran Vía, hay una diminuta librería de libros de segunda mano. Lo cierto es que el frío, el alumbrado navideño y el bullicio me empujaron a adentrarme en ella casi sin pensar en por qué lo hacía. Con un cuidado extremo, pues se encuentra abarrotada de libros, colocados muchos de ellos en un perfecto equilibrio inestable me fui introduciendo en el angosto local. Fue una sensación curiosa. Una luz tenue y cálida; un silencio potenciado por el contraste de los urbanos decibelios de la noche madrileña, y una paz gobernada por la presencia del librero que, como en un estado atemporal, coloca libros en estanterías y parece organizar algún tipo de inventario.

Aprovechando mi casual entrada a la librería con olor a viejo, me puse a mirar libros y tomos con la agradable sorpresa de encontrar algunos que conocía, y que andan por alguna estantería en casa de los abuelos. Puede parecer una completa estupidez, pero me apetecía decirle al librero, con un ridículo orgullo, eso de “este lo tengo”. El librero, acostumbrado a ver pasar por allí a tanto curioso y a tanto cazador de tesoros y reliquias, con una sonrisa en su cara me miró por encima de sus gafas de cerca con esa expresión de ”lo sé”, que hizo innecesario cantar victoria.

Aquí lo pequeño y cotidiano es medianero con lo monumental y grandilocuente. La Gran Vía, con sus fastuosas fachadas y sus rótulos luminosos saca pecho. Y en esa tensión permanente, la ciudad se agita, palpita, respira y a la vez descansa.

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